Después de varios encuentros, con mayor o menor fortuna, por fín esta semana he podido disfrutar durante un par de sesiones fotográficas en el río Algar de una relación de total confianza entre la bellísima y elegante garceta blanca y un servidor. Todo empezó con un lento acercamiento por mi parte a su posición en el centro del cauce. Una vez que estuve a unos treinta metros nos quedamos los dos observándonos cara a cara durante unos tres minutos. Tras ese tiempo ella comenzó a asearse y acomodarse el plumaje ignorando completamente mis movimientos, hasta el punto de que decidí sentarme en el suelo a apenas veinte metros de distancia. Estábamos cada uno en una orilla del río justo debajo del puente de la carretera y de repente alzó las alas y de un salto se plantó dentro del agua a escasos quince metros de mí, y como si yo no estuviera allí, con mi cámara en la mano, empezó a bailar y revolotear sobre el agua intentando pescar algún incauto pececillo. Durante unos minutos estuvo yendo y viniendo de una orilla a la otra hasta que por fín lo atrapó. Después, aún con el pez en el pico, me miró y se lo tragó tras lo cual se volvió a quedar tranquila y quieta. Tras ese mágico momento me levanté del suelo, recogí la mochila y me marche con la misma lentitud con la que me había acercado sabiendo que ella no iba a alzar el vuelo, era una cuestión de confianza.











Esta preciosidad hasta no hace demasiados años era una verdadera rareza por estos lares y ahora parece que cada vez se afianza más en nuestra región. La primera vez que la ví en el Algar fue en el invierno del 2009 y desde entonces cada vez su periodo de estancia entre nosotros se prolonga más, de hecho este año la pude observar hasta mayo regresando a finales de septiembre. No es raro verla acompañada de algún otro congénere.
Por cierto ¿habeis visto que amaneceres más bonitos tiene noviembre?